viernes, 21 de octubre de 2011

A VUELTA CON LOS 100 DÍAS

Viene siendo una costumbre realizar un análisis de la gestión política cuando un nuevo presidente (autonómico o nacional) cumple los primeros cien días de su mandato. Y en estas circunstancias, lastimosas por cierto, se analiza, sobre todo, la gestión económica de los nuevos gobernantes.

Y ahora, a pocos días de las elecciones generales, los medios de comunicación, los partidos en oposición, los asambleas autonómicas y todo el que se pone por delante, ha publicado a bombo y platillo su opinión y análisis sobre los primeros cien días de gestión en los gobiernos autonómicos.

Sin intención de generalizar los análisis se pueden dividir en dos grandes grupos: los derrotados sólo hablan de los recortes de los recién llegados y éstos proclaman a bombo y platillo la cantidad de contenedores de basura que han sacado de debajo de las alfombras, convirtiendo estos extremos casi en únicos argumentos electorales que esgrimen en mítines o cuando tienen cerca una cámara o un micrófono.

La tesitura de los cien días casi nos hace añorar la repetida frase de Julio Anguita: “Programa, programa, programa”.

Es decir, ¿alguien se molesta en analizar los puntos de los programas que se van cumpliendo? ¿o tendremos que decir como Tierno que las promesas electorales están para no cumplirse?

miércoles, 12 de octubre de 2011

¿ES ÉSTO UNA CRISIS?

Cuando se planteó la campaña electoral de las últimas elecciones generales, unos se empecinaron en negar que la situación económica era de crisis total y otros predicaron a los cuatro vientos que la crisis era aguda y que se debían tomar medidas de inmediato.

Los que estábamos padeciendo la crisis económica, ya intuimos la que se nos venía encima. Y bienaventurados los intuitivos, porque otros, por el contrario, sin intuición ni adivinaciones ya tenían la crisis encima.

La situación se ha agravado a pasos agigantados y hasta techos o suelos, más bien los últimos, insospechados. Y ya no se puede hablar de crisis.

La vieja Europa no parece tener la solución al problema. Muy al contrario, desde Alemania y Francia vienen a decir cuál es la solución pero cada día nos amanecemos con una sorpresa, a cual más trágica, que nos obliga a llevarnos las manos a la cabeza, pero no por sorpresa sino por desesperación.

Muchas voces, quizás clamando en el desierto, proclaman engoladamente que también hay gran crisis de valores, educación, de costumbres, social en definitiva.

La llamada “primavera árabe” también ha sido mal gestionada por los expulsados, por los recién nombrados e incluso por el pueblo levantado. No hace muchos días veíamos como las tanquetas egipcias arremetían inmisericordes contra los cristianos coptos. La llamada “civilización occidental” no puede ser ajena a esto.

Algunos gurús de la economía y la sociología apelan a las inversiones de los países emergentes (China, Brasil, India…) como inevitables inversores (sólo inversores) que nos saquen del atolladero.

Todo lo anteriormente expuesto debe llevar a la reflexión de indagar si lo que nos ocurre (a todos) no es una crisis, sino un cambio de civilización. Un cambio o transformación total. Todo indica que los modelos de la “civilización occidental” han tocado fondo, no sirven y no son efectivos.

En tal caso, el cambio corresponde a la sociedad global, a la sociedad universal, como individuos y como conjunto de individuos. Como nación, y como conjunto de naciones. Y ese cambio, como todos los grandes cambios y si no queremos que sea un hundimiento, que lo parece, tiene difícil líder. Porque las grandes organizaciones de naciones (léase ONU) carecen de toda autoridad para liderar nada.

La transformación ha comenzado, está ahí, en la puerta de nuestras casas. Ahora hay que coger al toro por los cuernos y sanear los modos de pensar y de actuar. Sanearlos a fondo. De lo contrario, llevamos varios años tocando la bandurria. Y eso es tiempo perdido.